Entrevista

Gustavo Cuadra, Profesor de Estado, Magister en Administración de la Educación de Chile. Consultor nacional e internacional en temas sobre Liderazgo y Gestión Escolar, Políticas de Mejoramiento de Calidad de la Educación, Formación docente inicial y continua.

  1. O Chile vinha sendo anunciado como um oásis na américa latina? O que aconteceu?.

Sin duda que Chile era el oasis de América Latina según la oligarquía[1] chilena y mundial. Y hay razones filosóficas, económicas, políticas y sociales para creer que estábamos en ese proyecto de país “ casi en desarrollo o de ingreso medio”. Un par de cifras al respecto: la coalición de centroizquierda que gobernó Chile desde 1990 (al finalizar la dictadura de Pinochet) ininterrumpidamente hasta 2010 con sus cuatro presidentes (Patricio Aylwin, Eduardo Frei, Ricardo Lagos y Michelle Bachelet)– logró mejoras concretas, como bajar la inflación del 30% al 2%, la pobreza del 40% al 15%, y el desempleo del 15% al 7%.

Pero desde el 18 de octubre del 2019 CHILE DESPERTÓ (consigna que el pueblo creo y voceó desde ese día en la calle);  Santiago y el resto de Chile se volcó hacia una masiva protesta social, en la que amplios sectores medios y de las clases populares han concurrido a manifestar su rechazo al modelo neoliberal vigente. La protesta ha redundado en grandes marchas, «caceroleos» multitudinarios y enormes destrozos, saqueos e incendios en estaciones del tren subterráneo, supermercados y multitiendas, lo que ha conmovido profundamente a la opinión pública nacional e incluso internacional.

Sin duda, se trata del «reventón social» más extendido, violento y significativo que ha vivido el país en toda su historia.

Para comenzar a entender este “estallido social” hay que hacer un poco de historio. En Chile, desde 1973, Pinochet y su dictadura militar impuso por la violencia extrema un modelo neoliberal «de laboratorio», por la necesidad estratégica de demostrar, en el marco de la Guerra Fría, que la economía de mercado podía generar «desarrollo económico social» y no solo «subdesarrollo», como se planteó en el Tercer Mundo en las décadas de 1960 y 1970. A esos efectos se dictó la Constitución de 1980 (ilegítima) donde el rol del Estado paso de ser solidario a uno subsidiario regido por el mercado, se aplicó el modelo neoliberal diseñado por la Universidad de Chicago, se habilitó la entrada libre para el gran capital financiero internacional.

El rechazo de la ciudadanía a la tiranía militar, a la llamada «transición a la democracia» y al gobierno que encabezó, desde 1990, el presidente Patricio Aylwin fue inmediato y, además, creciente. En 1991, una encuesta pública realizada por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) demostró que el 54% de los chilenos adultos rechazaba, no creía o no confiaba ni en el Estado ni en los partidos políticos, y menos aún en los políticos. Esa cifra fue creciendo consistentemente desde entonces y alcanzó entre 2017 y 2019 cifras que fluctuaban entre 80% y 95%. Es decir, junto con la crisis por ilegitimidad de nacimiento, el modelo neoliberal chileno fue acumulando una crisis de representatividad que llegó a ser casi absoluta. Es decir, se generó una caldera cívica que podía estallar en cualquier momento si no se le aplicaban válvulas de compensación eficientes. Finalmente, el estallido se produjo como ya se venía pronosticando a través de distintos indicadores sociales y manifestaciones sociales como las siguiente:

  • En el año 2001, 50.000 estudiantes de ensino medio salieron a la calle, en el llamado «mochilazo», para rechazar el modelo neoliberal gritando una consigna revolucionaria: «¡La asamblea manda!». Esto puede traducirse como «Mandamos nosotros, no los partidos ni el gobierno».
  • En 2006 salieron a la calle ya no 50.000 en Santiago sino 1.400.000 adolescentes en todo Chile, en las protestas conocidas como el «pingüinazo»; y gritaban lo mismo. El PNUD, que venía observando el proceso desde 1991, diagnosticó: «En Chile está en marcha un proceso de ciudadanización de la política».
  • En 2011, en esa misma lógica, se movilizaron masivamente los estudiantes universitarios pidiendo gratuidad para la educación superior.
  • Desde 2012, lo hicieron las asambleas ciudadanas territoriales en distintas ciudades pidiendo por el cuidado al medio ambiente y al uso indiscrimando de los recursos naturales (en Freirina, Punta Arenas, Aysén, Calama, Chiloé, Pascua Lama, etc.)
  • En 2016, más de un millón de personas marcharon en todo Chile contra las AFP (administradores privadas de pensiones)
  • y en 2018, masivamente, las mujeres marcharon el 8 de marzo (día internacional de la mujer) lo que se constituyó en un hito más del descontento contra un sistema y un Estado patriarcal.

Múltiples son las causas de este descontento debido a que todos los Gobiernos ,desde la instauración de la democracia hasta la fecha no lograron o supieron escuchar al movimiento ciudadano; al contrario, no hicieron más que completar y perfeccionar el modelo neoliberal original heredado de Pinochet dándole una apariencia modernista, democrática y futurista. Todo ello bajo el apotegma de que Chile era el «jaguar» de América Latina, una analogía con los «tigres» del Sudeste asiático… De este modo, privatizaron la educación, la salud, el agua natural y potable, la previsión, el transporte, las comunicaciones, las carreteras, la pesca, los bosques y las salmoneras y permitieron gigantescos entendimientos ilegales entre las grandes empresas y multimillonarios desfalcos y evasiones tributarias.

Para ponerle cifras a este descontento: hay 2,5 millones de personas en espera para una consulta médica gratuita, y las AFP, tras varias décadas desde que las impusiera Pinochet en 1981 (capitalizando al 2% anual mientras que la población, cuando toma un crédito, que indirectamente surge de los mismos fondos, debe afrontar tasas del 20% anual), les pagan al 90% de los chilenos una jubilación menor de 144 mil pesos, 64% del salario mínimo (U$S198). O la existencia de una gigantesca oferta de créditos de consumo, que permitió a los pobres consumir lo que deseaban comprando a crédito las mercancías que dan «estatus» de clase media. Así, según informes difundidos en la prensa, un hogar chileno promedio carga una deuda equivalente a casi 75% de su ingreso familiar y ocho veces el total de sus ingresos en un año. Todo es mercancía y todo se paga a crédito (incluyendo la salud, la educación y los 480.000 automóviles nuevos que año tras año se importan en el país). Por eso, el desarrollo en Chile ya no se mide en el aumento de la «producción», sino en el aumento de las «transacciones comerciales». La explotación extrema se esconde, pues, detrás del hiperconsumismo.

En ese contexto, el actual gobierno de Sebastián Piñera (de derecha y neoliberal puro) que, paradojalmente, fue elegido por segunda vez –no consecutiva– con una mayoría significativa, se sintió cómodo para iniciar una serie de propuestas legales tendientes a perfeccionar aún más la rentabilidad empresarial, apostando a que esa rentabilidad es la base del desarrollo excepcional de Chile, un modelo neoliberal que es ya el más perfecto del orbe. Enceguecido por su triunfo electoral, Piñera no tomó en cuenta la cuádruple caldera de presión que tenía bajo sus pies.

La actitud y las declaraciones del presidente Piñera son patéticamente expresivas de esa ceguera («somos un oasis en la convulsionada América Latina»). Por eso, solo faltaba la chispa (cualquier chispa) lo que hizo estallar todas las calderas a propósito de una aparente nimiedad: un alza de 30 pesos (0,04 dólares) en la tarifa del Metro de la capital, un sistema de transporte particularmente caro. Estallido para una crisis larvada y alargada por demasiado tiempo.

Para desgracia del Presidente Piñera, gran parte de las demandas y las críticas se terminaron por representar en él. La gente ve en su figura los desbalances del sistema y los abusos. Es inevitable: es un hombre rico y las conductas y frases de su familial y grupo político más cercano este año no ayudaron mucho.

2) Que movimentos sociais se sobressaem neste momento?

Como señalaramos,  mientras las élites políticas y empresariales –especialmente este Gobierno– creen vivir en un oasis, la mayoría de los chilenos siente que su nivel vida se deteriora y que ya no están en condiciones de mantener el ritmo que impone el mercado para funcionar. En ese contexto surge una nueva generación de jóvenes. Una despojada del miedo de volver a una dictadura, fuertemente influida por su conexión al mundo digital y a la inmediatez de la vida que este impone, que pone en cuestión el modelo en su conjunto, a las instituciones de representación, la democracia como existe, con sus principios y valores Que desecha a los partidos y organizaciones como correas de representación, de sentido y convocatoria, para expresarse directamente, sin mediadores, sin liderazgos constituidos, sin vocerías reconocidas y en la búsqueda de una forma directa de vivir la democracia, en la calle y despreciando la institucionalidad, incluso la electa democráticamente y en cuya generación, probablemente, no participaron, porque han sido parte del fenómeno de la desafección que se expresa, en la indiferencia, en la abstención electoral y, ahora, en una superior: en la protesta callejera. Mientras tanto el movimiento sindical, que fue uno de los más fuertes en América Latina en los 60 y 70, reaccionan como vagón de cola intentando acoplarse a este estallido social con dificultad.

 

3) Há caminhos? Há esperança? Há saída?

En la actualidad, es palpable que entre las reivindicaciones de los ciudadanos y organizaciones sociales que participan de manera directa en esta masiva movilización, no se procura reemplazar el capitalismo chileno por un sistema opuesto, lo que claramente se exige es superar la versión más extrema del capitalismo, es decir, la neoliberal.

En síntesis, se demanda la conformación de un Estado social o de bienestar que universalice derechos sociales y laborales para el conjunto de los ciudadanos y ciudadanas sin distinciones, que permita reducir de forma definitiva la desigualdad integrando a la sociedad. Lo que se exige es la construcción de una nueva Constitución que profundice la democracia y encauce las reformas legales que aseguren salud y educación pública, gratuita y de calidad con un sistema de pensiones estatal que provea de jubilaciones dignas , fortalecimiento de los salarios y la capacidad negociadora de los trabajadores. La tarea que tenemos como país es la construcción de un Estado social que posibilite la conformación de un país más justo y solidario donde quepamos todos.

[1] Cuando hablo de oligarquía me refiero a una clase dirigente limitada en número pero con un amplio poder político y económico.